Parábola del Samaritano

(Homilía de este fin de semana en Buenos Aires, Argentina)

Reflexionando en las lecturas de este domingo me daba cuenta que se me hace difícil compartir una reflexión que pueda iluminar lo que puedan estar viviendo. Fue un 20 de junio hace ya 20 años cuando fui enviado a Sudáfrica desde nuestra comunidad en Martín Coronado. 

Por eso lo que quiero compartir con ustedes hoy es lo que experimenté leyendo el evangelio. Es lo que me dice a mí, confiando que algo pueda también ser ayuda para ustedes.

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A fin de agosto del año pasado murió Louis Ndlovu, Siervo de María, obispo de Manzini, una de mis diócesis vecinas. El Papa Benedicto me confió esa diócesis hasta tanto se nombre un nuevo obispo así que ahora estoy en dos diócesis que son dos países ya que la diócesis de Manzini está en otro país y cubre todo el país: Swazilandia. Si cada diócesis es distinta, con una historia y una realidad distinta, más todavía cuando se trata de dos países distintos. 

Si bien es una de mis diócesis vecinas y yo había atravesado el país de paso hacia Mozambique, no conocía mucho de esa realidad. Ni siquiera sabía dónde estaba la Catedral o la casa del obispo. 

Desde el primer momento me impactó la cantidad de proyectos que lleva adelante la Iglesia Católica:
  • como el Vicariato de Ingwavuma, Swazilandia tiene alrededor de un tercio de su población con Sida. No faltan proyectos animados por la Iglesia. Las Hermanas de Cabrini llevan adelante uno muy importante que pude visitar apenas llegado.
  • Otro muy significativo es "Hope House" un hospicio muy cerca de la casa del obispo. Lo particular es que son unas 20 casas en las cuales el enfermo puede vivir con parte de su familia. De esa manera la familia no se desentiende del enfermo y el enfermo no pierde la cercanía de su familia, ni su amor, ni su apoyo emocional. Desde hace algunas semanas el proyecto puede recibir también chicos enfermos. Como me decía alguien: “rogamos para que un día estas casas estén vacías y este proyecto no sea más necesario...”. 
  • La diócesis lleva adelante también un proyecto para refugiados. Está financiado por las Naciones Unidas y la responsabilidad es compartida con el gobierno de Swazilandia. Inicialmente nació para acoger refugiados sudafricanos que huían de la segregación racial. Fue construido cerca de Mozambique sabiendo que el gobierno sudafricano podría cruzar la frontera secretamente y buscar a los que escapaban. Más tarde acogió mozambicanos y hoy son, en general, aquellos que vienen de la zona de los grandes lagos: Somalia, Etiopía, Ruanda, Congo... 
  • Fui a visitarlo porque yo nunca había visitado un proyecto como ese. Me impactaron dos cosas:
  1. la primera fue ver no solo hombres sino familias enteras... marido, mujer e hijos que habían atravesado países a lo largo del continente buscando un lugar donde construir un futuro mejor;
  2. ver algunos de ellos que habían vivido en Sudáfrica pero que durante los ataques de xenofobia que se viven cada tanto en el país habían perdido todo y habían tenido que escapar a Swazilandia.
          En general todos hablan francés así que nuestra comunicación era limitada...
  • Uno más, como para no hacer la homilía demasiado larga. En enero mi secretario (tengo un secretario en Swazilandia!) me dijo: “en estos días vendrá gente a pedir plata para pagar la escuela y vos tenés que recibirlos y decidir cuánto dar a cada uno. Yo te voy a decir cuánta plata tenemos disponible”. Intenté hacerle entender que no conociendo la gente no sería oportuno que lo hiciera yo pero él me explicó que tampoco el obispo los conocía y que debería seguir mi intuición. Así fue, por un par de días me senté de la mañana a la tarde a escuchar cada caso, ver los resultados de la escuela y decidir cuánto darle a cada uno teniendo presente que los recursos son limitados y que la fila era larga. La mayoría de ellos no son católicos pero saben que la iglesia católica se preocupa de todos como una madre. 
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Les cuento esto porque el evangelio nos presenta la familiar parábola del buen samaritano. Me sentí identificado con lo que leía. 
1. La respuesta de Jesús al maestro de la ley que pregunta cómo hacer para heredar la vida eterna es común en el Nuevo Testamento. Se repite en el evangelio de Mateo y de Marcos. Pablo y Santiago dirán que toda la ley se resume en amar al prójimo como a sí mismo.
2. Lo particular viene cuando llega la otra pregunta: quién es mi prójimo? La parábola del buen samaritano ilumina esta realidad cuando muestra que no es un tema de cercanía física o geográfica sino de una actitud. 
No es un dato de hecho sino algo que se hace. Carlo Maria Martini, un biblista que fue arzobispo de Milán, escribió hace casi 30 años una carta pastoral llamada: “Hacerse prójimo”. Es cierto! Nos hacemos prójimos. 
Nos hacemos prójimos cuando la realidad de la otra persona entra en nuestra vida, nos toca, toca nuestra oración, nuestro tiempo, nuestras energías, nuestros recursos económicos... 

Desde el 2009 estoy en el Vicariato de Ingwavuma y la diócesis de Manzini ha sido mi “prójima”, la más cercana. Sin embargo poco de esa realidad había sido mi vida. También yo había pasado por esos caminos sin estar muy atento a lo que estaba pasando. A ninguno de los obispos nos falta trabajo. Estamos algo desbordados y por eso no necesitamos más de lo que tenemos. Sin embargo ahora cada una de esas realidades son parte de mi vida cotidiana sea que esté ahí, en Sudáfrica o aquí en Argentina. Pienso a cada uno de ellos, a las religiosas y los sacerdotes, a la situación del país...

Lo mismo me pasa con otras realidades que antes eran lejanas y ahora son cercanas. Soy parte de un grupo de obispos que siguen de cerca las próximas elecciones presidenciales en Zimbabwe y por ese motivo estuve dos veces en ese país y también en Zambia y Mozambique. 

Al final de la visita al campo de refugiados uno de ellos me dijo: “te vamos a estar observando”. Es una expresión un poco dura pero en el fondo tiene el espíritu de este evangelio. Quieren saber si voy a pasar de largo o a detenerme. Quieren saber si voy a preocuparme de las heridas que tienen y si voy a compartir de lo mío para que ellos puedan seguir adelante.

Quieren saber, en definitiva, si la fe que profeso es una fe de palabras o si como dijo Jesús al comienzo y al final del evangelio: "andá y hacé como él"